El 24 de diciembre de 1941, Churchill fue a Washington para reunirse con el presidente Roosevelt y los líderes militares estadounidenses con el fin de coordinar planes para la derrota del enemigo común. En la víspera de Navidad, Churchill transmitió al mundo desde la Casa Blanca la vigésima celebración anual del encendido del árbol de Navidad de la comunidad. No eran tiempos normales. Su mensaje fue el siguiente:
Ésta es una extraña Nochebuena. Casi todo el mundo está enzarzado en una lucha mortal y, con las armas más terribles que la ciencia puede idear, las naciones avanzan unas contra otras… Aquí, en medio de la guerra, que ruge y ruge en todas las tierras y mares, acercándose sigilosamente a nuestros corazones y hogares, aquí, en medio de todo el tumulto, tenemos esta noche la paz del espíritu en cada cabaña y en cada corazón generoso. Por lo tanto, podemos dejar de lado al menos por esta noche las preocupaciones y los peligros que nos acosan, y hacer que los niños tengan una noche de felicidad en un mundo de tormenta. Aquí, entonces, por una sola noche, cada hogar en todo el mundo de habla inglesa debería ser una isla brillantemente iluminada de felicidad y paz.
La sabiduría del estadista británico consistía en decir y hacer lo que cada momento exigía. Debía mantener el respaldo de sus ciudadanos y mostrarse benevolente, comprensivo y determinado. ¿Qué lecciones podemos sacar de los más grandes?
En política, como en la vida, no todos los días son iguales. Hay un calendario que muchas veces trasciende al electoral: el calendario de la gente. Entender esta realidad es esencial para cualquier campaña que aspire a conectar profundamente con su electorado, especialmente en momentos donde las festividades coinciden con procesos electorales. Diciembre, con su carga emocional y cultural, nos ofrece un escenario único para reflexionar sobre cómo administrar el biorritmo social en política.
Todo político tiene que preguntarse ¿Cómo sigo en sintonía con la gente con autenticidad y empatía? Cada época del año tiene su significado intrínseco y el candidato tiene que descifrarlo para mantener el vínculo con sus electores.
Son tres las coordenadas de la persuasión comunicacional. La coherencia personal, y por lo tanto la continuidad de la conducta a lo largo del tiempo. La pertinencia, que es la habilidad para mantener la sensibilidad con la gente y mostrar la conducta esperada, teniendo presente que “a donde fueras, has lo que vieras”. Y la eficacia, que exige el logro de los objetivos, el mantenimiento del propósito y, como veremos, el aprovechamiento de cada momento a los efectos de lograr el triunfo.
La sincronía con el calendario de la gente
Las campañas no pueden ser insensibles al tiempo que vive el electorado. Los 365 días del año están marcados por flujos y temporadas que alternan entre trabajo, descanso, celebraciones y cotidianidad. Ignorar estas dinámicas es correr el riesgo de desconectarse de la realidad de las personas. En diciembre, por ejemplo, la prioridad de la gente no son los discursos políticos, sino la familia, la solidaridad y los rituales asociados al cierre del año.
Cuando las elecciones se aproximan, y coinciden con estas festividades, las campañas deben redoblar su habilidad estratégica. Este no es un momento para saturar con mensajes netamente políticos, sino para mostrar cercanía y sensibilidad. Los candidatos deben integrarse al espíritu del momento, mostrándose como parte de las dinámicas sociales sin caer en excesos que puedan ser percibidos como insensibilidad o propaganda desmedida. La clave es mostrar autenticidad.
El riesgo de las emociones sesgadas
En épocas festivas, las emociones positivas predominan, lo que puede sesgar la percepción del electorado. Esto convierte al periodo en un momento poco adecuado para realizar mediciones tradicionales, ya que los resultados podrían no ser representativos. A la inversa, los primeros días de enero, con su conocida “cuesta”, presentan un estado emocional diferente, marcado por preocupaciones económicas, que también puede distorsionar cualquier análisis político. La clave está en no perder el ritmo, pero ajustarse a las realidades emocionales del momento. Y medir cuando debe hacerse, en momentos de menor emocionalidad, para que los datos puedan ser estratégicamente útiles.
¿Qué hacer y cómo hacerlo?
Ante la disyuntiva de actuar o no, el camino más sabio es actuar, pero con audacia y empatía. Integrarse a las actividades propias de la época es crucial, utilizando atributos como cercanía, humildad y solidaridad. Estos valores deben predominar sobre cualquier intento de ostentación. El candidato puede mostrarse compartiendo momentos cotidianos, respetando las sensibilidades del momento y evitando cualquier gesto que pueda ser interpretado como ajeno al sentir de las personas.
Las redes sociales y los medios de comunicación ofrecen un espacio ideal para transmitir mensajes sutiles que refuercen la conexión emocional con el electorado. Participar en actividades comunitarias, apoyar causas solidarias o compartir mensajes que resalten los valores de la temporada son formas efectivas de mantener presencia sin invadir el espacio personal de las personas.
Más allá de diciembre: la importancia de los ciclos
Esta reflexión no solo aplica al periodo navideño. A lo largo del año, hay otros momentos que, aunque más cortos, tienen un impacto similar: el inicio del año escolar, los feriados nacionales o las vacaciones de verano, por ejemplo. Cada uno de estos ciclos representa una oportunidad para que los políticos demuestren que entienden y respetan el tiempo de la gente. Actuar en sintonía con estas dinámicas fortalece la percepción de cercanía y sensibilidad, dos atributos indispensables en la construcción de liderazgos sólidos y genuinos.
Administrar el biorritmo social no solo es estratégico, sino necesario. Las campañas deben adaptarse al calendario de la gente, integrándose al espíritu del momento y mostrando una humanidad que trascienda las aspiraciones electorales. En política, como en la vida, el tiempo lo es todo. Y respetar el tiempo de la gente puede marcar la diferencia entre un mensaje que conecta y uno que simplemente pasa desapercibido.
El mensaje de Churchill terminó así: Dejemos que los niños tengan su noche de diversión y risas. Dejemos que los regalos de Papá Noel deleiten sus juegos. Dejemos que los adultos compartamos plenamente sus placeres sin límites antes de volver a la dura tarea y a los formidables años que tenemos por delante, decididos a que, mediante nuestro sacrificio y valentía, a esos mismos niños no se les robe su herencia ni se les niegue su derecho a vivir en un mundo libre y decente. Así que, en la misericordia de Dios, les deseo a todos una feliz Navidad.