Los Centros de Poder: El Mapa Invisible que Define la Estrategia.

Por Avidel Villarreal Gálvez

En política coexisten dos dimensiones: lo visible y evidente para todos, y un mundo menos obvio, oculto para el común de las personas, que es un entretejido complejo de influencias, relaciones y decisiones que se proponen y terminan siendo los verdaderos centros de poder en una campaña. Identificarlos, entenderlos y saber interactuar con ellos es hasta el punto de lograr alinear todos esos intereses y lograr la legitimidad suficiente para poder dirigirlos es lo primero que debe hacer un estratega cuando es invitado a dirigir una campaña.

Sin este ejercicio de análisis psico-cartográfico, incluso las ideas más brillantes y los mensajes mejor diseñados pueden naufragar en aguas turbulentas donde los juegos de poder y la confrontación de las agendas personales marcan la magnitud de la dificultad para sacar adelante una candidatura.

¿Qué son los centros de poder?

Aunque el candidato sea el rostro visible, detrás de él existe una red compleja de personas e intereses que toman decisiones clave y definen el rumbo real de la campaña. Son ellos los que tienen la capacidad para vetar, acelerar o frenar una iniciativa.

Por eso, transparentar el mapa e identificar estos actores no es una tarea secundaria; es una prioridad estratégica, porque el verdadero poder, en la mayoría de los casos, no reside en las estructuras formales. Las decisiones más determinantes a menudo emergen de conversaciones informales, reuniones privadas o vínculos emocionales que escapan al organigrama oficial.

Mi larga experiencia en campañas políticas me ha permitido aprender que estas redes de influencia son tan diversas como impredecibles. Y que todas ellas generan ruido.  Llegar a hacer una clasificación rigurosa de todas sus modalidades es una tarea casi imposible. Hay que definir entonces qué es lo que tienen en común como propósito y cuál es el daño que pueden hacer.

El estratega tiene que saber a donde mirar para ir elaborando el mapa de poder de una campaña, teniendo presentes las siguientes preguntas de investigación: ¿Quién tiene capacidad de impacto e influencia sobre el candidato? ¿Cuáles son sus intereses?

Hay por lo menos seis entornos significativos que se deben evaluar:

     

      • La organización formal de la campaña: el comité de campaña, el jefe de campaña y otros roles determinantes.

      • La familia del candidato: Hay que determinar el sentido de la influencia emocional y limitaciones logísticas que aportan. El sentido que ellos le dan a la campaña puede llegar a ser mucho más determinante que cualquier asesor externo.

      • El partido político: Vistocomo plataforma, estructura y espacio de negociación interna.

      • Los donantes: Que traen a la mesa sus intereses, explícitos o implícitos, y que tienen la capacidad de condicionar decisiones estratégicas y programáticas.

      • El entorno institucional: Si el candidato es funcionario público, su equipo de gobierno suele ser otro eje operativo.

      • Los inconfesables: amigos íntimos, asesores personales, empresarios, líderes religiosos, relaciones sentimentales o incluso figuras del pasado cercano. Estos actores, aunque invisibles para muchos, tienen un peso desproporcionado en las decisiones finales. Llegar a ellos tiene como requisito formar parte del estrecho círculo de confianza del candidato.

    Entre estos grupos pueden surgir alianzas o fuertes animadversiones. Por eso, interactuar con ellos requiere discreción y mucha sutileza.

    Uno de los mayores desafíos para el estratega político es que estos centros de poder, aunque cruciales, también pueden convertirse en obstáculos involuntarios. No siempre se trata de intenciones maliciosas, sin embargo, no hay que desechar la idea. Hay de todo. Y el estratega no puede pasar por ingenuo.

    Pero pensemos en los efectos contraintuitivos de los que actúan de buena fe. A menudo, los miembros de estos núcleos de influencia obstruyen la estrategia simplemente porque no están alineados con ella, desconocen sus detalles o carecen de una visión integral de la campaña. Y porque tienen unas inmensas ganas de aportar sin que nadie los haya invitado a hacerlo. La pregunta es entonces ¿cómo afrontar este desafío?

    Ya sabemos que un mensaje bien diseñado puede distorsionarse en manos de un actor informal que le hace llegar su desacuerdo al candidato; una decisión estratégica puede retrasarse debido a tensiones internas que nadie ha mapeado correctamente y, respecto de los cuales el candidato no se siente con la fuerza emocional para resolverla. Por eso Maquiavelo decía que los buenos consejos debían venir de la prudencia del Príncipe y no al revés. Dicho de otra forma, es muy malo que el candidato padezca de la duda obsesiva y lo consulte todo, y también muy malo que sea el receptor de consejos no solicitados y que les haga caso.

    Por eso, el estratega político debe leer el mapa de influencias como un sociólogo del poder. Esto implica investigar quién influye realmente en el candidato, entender su psicología y estilo de liderazgo, conocer con quién reflexiona fuera del equipo oficial y analizar quiénes redactan sus discursos o lo acompañan en momentos clave. En otras palabras, el estratega no solo diseña la estrategia; también interpreta las dinámicas humanas que la hacen posible.

    Para ilustrar la complejidad de mapear los centros de poder, imaginemos un ejercicio mental: ¿qué pasaría si te tocara ser el estratega político de Donald Trump? Aquí no basta con dominar el mensaje, la imagen pública o las distintas agendas propias de un presidente. El verdadero reto sería mapear e interpretar sus múltiples centros de poder, algunos visibles, otros completamente informales y difíciles de rastrear, sobre todo si no se conoce bien su trayectoria de los últimos ocho años, período en el cual ha dado muestras de posiciones contradictorias y en algunos casos sin sustento en la realidad.

    El esfuerzo luce titánico para comprender la lógica de ese sistema de lealtades que tiene pivotes en su familia inmediata; el círculo de amigos y socios históricos; medios de comunicación y líderes de opinión que le han sido leales; su base militante en redes sociales conformada por un ejército digital que no solo sigue, sino que exige y condiciona posturas; El Partido Republicano: con sus tensiones internas, figuras clave y estructuras estatales que deben ser gestionadas con cuidado; el entramado institucional y el “estado profundo” que pueden facilitar o bloquear agendas; y  quizás el más impredecible, su ego, su intuición y su estilo impulsivo, que actúan como un centro de poder interno y personalísimo, que acepta pocas disidencias.

    Lo cierto es que, si no logras identificar y comprender cómo operan estos centros, la mejor estrategia no tendrá arraigo. Y si no logras influir en ellos, tu trabajo como estratega estará condenado al fracaso. Sin esta competencia, una estrategia brillante puede quedar varada en el camino. Con ella, incluso las campañas más desafiantes pueden encontrar su rumbo. Porque en política, como en la vida, el poder no siempre habita donde parece. A veces, está en las sombras, en los silencios, en las conversaciones que nunca llegan a los titulares, en los encuentros confidenciales, fuera de la agenda.

    Los centros de poder son el corazón latente de toda campaña, y quien logra interpretarlos y gestionarlos se convierte en el arquitecto invisible del éxito. Por eso el estratega tiene que explicar, ser un pedagogo incansable y no despreciar a nadie, porque de buenas a primeras no se puede saber cuanta influencia real tiene aquel que puede parecer accesorio.

    La moraleja es simple: En una campaña política, lo que no se entiende, se resiste. Y lo que se resiste, casi siempre, termina saboteado.

    Scroll al inicio