
Hay un dicho muy popular en la consultoría política que también se esgrime como una advertencia: “Candidato pobre, pobre candidato”. Yo propongo una modificación que está más cercana a la realidad: “Campaña pobre, pobre campaña”. Esta frase nos introduce a una realidad ineludible en la política moderna: la importancia vital del financiamiento en el éxito de una campaña electoral. Más allá del carisma del candidato, la solidez de sus propuestas o la fuerza de su equipo, la disponibilidad de recursos económicos se erige como un pilar fundamental para alcanzar la victoria. Sin la disposición de recursos es imposible lograr la adecuada tracción estratégica.
Las campañas exitosas requieren algo más que buenas intenciones. Se necesitan recursos económicos, humanos y logísticos. Estos no son un lujo, sino una necesidad. Pensar que una campaña puede desarrollarse únicamente con voluntad es un error que lleva al fracaso. La política, al igual que cualquier otro proyecto, exige inversión y planeación estratégica.
Cuando alguien decide ser candidato, asume una doble responsabilidad: convencer a los votantes y construir las bases financieras que permitan movilizar una campaña efectiva. Esto implica salir a buscar apoyos de aliados, donantes y sectores clave. No se trata solo de carisma o liderazgo, sino de un esfuerzo integral que articule recursos materiales y humanos.
En mi libro “Cómo ganar una elección” ya comenté que en una campaña política hay que facilitar el despertar al realismo de los que al comienzo están muy ilusionados y creen que el proceso es más fácil de lo que parece. Porque “al principio todo es voluntarismo y ganas. Pero muy pronto todos caen en cuenta que lograr el triunfo es algo más que eso. Requieren organización, recursos económicos, materiales y humanos, división de tareas, uso eficiente del tiempo y la disciplina de la conducción estratégica que apunta todo el tiempo el rumbo hacia la meta”.
Antes de construir una estrategia, se deben realizar diagnósticos serios: estudios de opinión, análisis del electorado, evaluación del contexto político y diseño de mensajes adecuados. No se puede improvisar ni depender del instinto. Sin información sólida, cualquier esfuerzo será como disparar en la oscuridad.
En el competitivo escenario político actual, donde la atención del electorado es un bien escaso y la lucha por la visibilidad es feroz, una campaña política se asemeja a una compleja maquinaria que requiere una lubricación constante para funcionar a pleno rendimiento. Las encuestas, la publicidad, los desplazamientos, la organización de eventos, la movilización de voluntarios, la elaboración de material propagandístico… todas estas actividades, esenciales para conectar con el electorado, implican un coste que debe ser contemplado y asumido. Tan sencillo como que si no tienes dinero no lo vas a poder hacer.
Ignorar esta realidad o caer en la ingenuidad del voluntarismo a ultranza es un camino seguro hacia el fracaso. Un presupuesto ajustado limita la capacidad de acción, restringe el alcance del mensaje y, en última instancia, condena al candidato a una lucha desigual en la que tiene todas las de perder.
Por ello, la planificación financiera se convierte en una tarea primordial. Hay que lograr un equilibrio perfecto entre el tiempo del que se dispone y los recursos que se necesitan. Un estratega político responsable debe presentar al candidato un presupuesto realista que refleje la magnitud del desafío. Este presupuesto debe contemplar todos los aspectos de la campaña, desde la investigación inicial hasta la movilización del día de las elecciones, y debe ser gestionado con rigor y transparencia.
Los recursos no solo deben estar disponibles, sino que también deben llegar en el momento adecuado. Si se invierten demasiado pronto, se pierden sin generar impacto. Si llegan demasiado tarde, es posible que la oportunidad ya haya pasado. El manejo del tiempo en una campaña es tan crítico como el uso eficiente de los fondos.
La historia nos enseña que los grandes movimientos y las campañas más memorables no habrían tenido éxito sin un respaldo financiero sólido. Desde las revoluciones más icónicas hasta las victorias políticas contemporáneas, todas tienen algo en común: fuentes de financiamiento que les permitieron ejecutar sus estrategias y movilizar a sus bases.
La obtención de recursos para una campaña política es un arte que combina estrategia, persuasión y gestión eficiente. Para convertir un plan de fundraising en una acción exitosa se necesitan dos elementos clave: personas capaces y un buen sistema de gestión. A veces los errores que se cometen demasiado temprano tienen que ver con que los designados ni saben ni quieren pedir. Por eso el estratega tiene que involucrarse para determinar que los responsables sean los idóneos y, si es el caso, entrenarlos para perfeccionar sus esfuerzos.
Un buen candidato o candidata, con un historial impecable, condiciones favorables, gran energía y conexión con la gente, puede quedar en el olvido si no cuenta con los recursos necesarios para transformar esas ventajas en resultados tangibles. El combustible que mueve una maquinaria electoral no es solo el mensaje, sino los medios para amplificarlo y convertirlo en acción.
Cuando hacemos la advertencia de que “Campaña Pobre, Pobre Campaña” vamos más allá del dinero. No solo queremos reflejar los problemas que provoca la carencia de recursos, sino también la falta de previsión, planeación y profesionalismo en muchas candidaturas. No basta con tener buenas ideas o una conexión genuina con los ciudadanos. Sin una visión integral que contemple los recursos adecuados, un cronograma bien definido y un equipo competente, las campañas están condenadas a ser recordadas como esfuerzos malogrados.