Alianzas para ganar y gobernar

Alianzas para ganar y gobernar

Por Avidel Villarreal Gálvez

Cuando llego a una campaña el primer consejo que le doy a mis candidatos es que hay que ganar bien para poder gobernar con buenos resultados. Esta idea, que a primera vista parece obvia, es crucial para todo lo que viene después. Desde el primer día de la campaña hay que sentar las bases de la gobernabilidad del futuro. Y eso se logra con buen respaldo de la sociedad civil y alianzas políticas sólidas.  

Las alianzas son mucho más que un simple recurso electoral; son la columna vertebral de cualquier proyecto de gobierno que aspire a la estabilidad, la eficacia y la permanencia. Sin embargo, a menudo se subestima su importancia o se las construye solo con la vista puesta en la victoria en las urnas, olvidando que su verdadero valor se despliega cuando llega el momento de gobernar.

La posibilidad de lograr alianzas políticas las construye o las destruyen los políticos. Y esto tiene que ver con la disposición o no de compartir un propósito común, tener la capacidad para negociar alrededor de metas importantes y la agudeza política para celebrar el respaldado plural y diverso que está más allá del propio movimiento. 

Un político abierto a las opiniones diversas, respetuoso del pluralismo político y dispuesto a construir consensos es más proclive a la construcción de alianzas. Mas allá de las diferencias personales estos políticos tienen proyectos y visión de país que son integradores y están disponibles para el respaldo de todos. Además, estos políticos se preocupan por la gobernabilidad que van a necesitar de llegar a ganar. 

Contrarios a estos tenemos a perfiles políticos altamente ideologizados, intolerantes y que se creen poseedores exclusivos de las verdades fundamentales. Personalizan la política, ven enemigos donde solo hay competidores y son especialistas en minar su propio piso político. De llegar a ganar estos personajes carecen de gobernabilidad y sus gobiernos son rápidamente bloqueados y por eso mismo logran pocos resultados. 

Las alianzas políticas con partidos son el primer paso natural en la búsqueda del poder. Son, en esencia, acuerdos estratégicos que permiten sumar fuerzas en términos de estructura, militancia y cobertura electoral. En contextos de sistemas pluripartidistas, estas alianzas son prácticamente imprescindibles para consolidar una candidatura viable. Pero, aunque necesarias, no son suficientes. La política moderna exige algo más profundo, algo que trascienda las fronteras partidarias y toque los intereses y preocupaciones reales de la ciudadanía. Los partidos ya no son los únicos mediadores y ahora la política puede prescindir de sus intermediarios tradicionales. 

Aquí es donde entran las alianzas ciudadanas. Estas se tejen con organizaciones, asociaciones, colectivos y, en general, con la sociedad civil. No son simples acuerdos simbólicos; son el reflejo de un compromiso con las demandas sociales, un puente con los actores que, fuera del juego político tradicional, tienen una influencia decisiva en la opinión pública y en el devenir de las políticas públicas. Las alianzas ciudadanas legitiman la propuesta de gobierno, no solo para ganar, sino para sostenerse en el poder con apoyo real y tangible.

Las dos caras de las alianzas  

Es un error pensar que las alianzas se construyen solo para ganar una elección. Los que así lo pretenden no sobreviven a su picardía.  Su utilidad más importante se revela al momento de gobernar, cuando se espera que el nuevo gobernante cumpla con los pactos. El peor error que puede cometer un político es ganar con una alianza e intentar gobernar en solitario. Lo prudente es hacer lo contrario. Desde el primer día proponer un gobierno que honre sus promesas y sea el reflejo del respaldo que logró.

Un líder que llega al poder sin haber consolidado alianzas significativas, tanto políticas como ciudadanas, se enfrenta a un terreno minado: la gobernabilidad se complica, las reformas se estancan, y la legitimidad se debilita. En cambio, aquellos que desde la campaña trabajan en una visión compartida con aliados, no solo llegan con la fuerza de los votos, sino con una red de apoyo que refuerza sus decisiones en el ejercicio del poder. 

Podría ocurrir que el nuevo gobernante sea un fenómeno político con un amplio respaldo popular, y que por eso pudo prescindir de las ventajas de un partido fuerte o de alianzas significativas. Cuando esto ocurre igual hay que gobernar y esto exige una base de soporte institucional que hay que comenzar a edificar. 

Terminada la campaña y el fragor pasional que pueden llegar a tener estos episodios hay que serenar el ambiente y comenzar a pensar en lo verdaderamente trascendental. El poder, por sí mismo, ofrece una ventana de acción para recomponer relaciones y generar nuevos pactos. Esa actitud es lo que esperan todos, también los ciudadanos que saben que la unidad es una condición esencial para el bienestar de todos. 

En cualquier caso, los primeros meses de un gobierno son cruciales para enviar señales claras sobre el tipo de liderazgo que se va a ejercer. Quien entiende esto, quien busca aliados más allá de los votos, está estableciendo los cimientos de un gobierno sostenible, inclusivo y participativo. Al incluir a la sociedad civil y a los partidos en la construcción de su propia agenda, proyecta una imagen de apertura y capacidad para tejer consensos.

El terrible precio de ignorar las alianzas  

Por el contrario, los líderes que, al obtener la victoria, desestiman la importancia de construir y fortalecer alianzas, hipotecan su futuro. La soledad en el poder no es solo un riesgo político, sino un camino seguro hacia el desgaste prematuro. Sin aliados, un gobernante se ve aislado, expuesto a las crisis y a los embates de la oposición sin una base de apoyo sólida que lo respalde.

Las alianzas no son, por lo tanto, una cuestión opcional o secundaria. Son la esencia de la política en democracias dinámicas y diversas. Saber construirlas desde la campaña y fortalecerlas en el ejercicio del poder es la diferencia entre un liderazgo efímero y uno que deja huella.

Por eso mismo la humildad es una exigencia de altos quilates para los políticos de todas las épocas. Recordemos que, en Roma, cuando los generales entraban en la ciudad eterna para disfrutar la apoteosis del triunfo, debían ser acompañados por un siervo que se encargaba de recordarle que era solo un hombre mortal que debía tener presente sus propias limitaciones para no dejarse arrebatar por la soberbia. Esa advertencia esta vigente hoy como nunca. 

Un político bien formado reconoce que las alianzas, tanto políticas como ciudadanas, no son meros instrumentos tácticos. No son desechables. No puede dejar de honrarlas. Y siempre tiene que buscarlas.  Son el pilar que sustenta cualquier proyecto de gobierno con aspiraciones de perdurabilidad. 

 

Como lo advertía el filósofo ilustrado J.J. Rousseau “el más fuerte no es nunca lo bastante fuerte para ser siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber”. El líder que lo comprende gobierna con fuerza y legitimidad; quien lo ignora, está condenado a un desgaste acelerado que construirá desde el primer día de su gobierno. Tan sencillo como eso, un político solitario comienza a escribir el último capítulo de su fracaso desde el primer día.

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