Por: Avidel Villarreal
@avidelvg
No hay magia. Hay un método.
Aunque pueda parecer una frase obvia la verdad es que hay quienes presentan
mucha resistencia y les cuesta entenderlo, al final aprenden a los golpes. ¿A
qué me refiero? A la necesidad de iniciar toda campaña con el marco de
investigaciones cuantitativas y cualitativas que nos permita calibrar la
situación política, económica y social con la mayor precisión posible. Solo así
se puede diseñar una campaña con una estrategia efectiva.
¿Por qué algunos políticos
incurren en este error? Aquí deberíamos diferenciar las excusas de las
verdaderas causas. El pretexto más recurrente es que “para eso no hay recursos”.
A primera vista todos parecen estar de acuerdo en que es mejor invertir en
artículos promocionales con el nombre del candidato y el partido, y que los
eventos abarrotados de gente “ya convencida” resultan mejor inversión.
Propaganda, material de promoción y encuentros masivos con el candidato son
mejor valorados que los estudios de investigación para fundamentar la
estrategia. Detrás de eso está siempre solapada la falsa idea que “ellos conocen
mejor que nadie el terreno, porque nadie ha recorrido este país como yo”. Por
lo tanto, saben de entrada lo que hay que hacer y lo que hay que decir,
cerrando filas en la disposición de cumplir y hacer cumplir lo que el candidato
disponga.
Esta posición es similar a creer
que el paciente sabe más que el médico sobre la enfermedad que está padeciendo.
O que un médico responsable puede ordenar una cirugía sin tener las pruebas
pertinentes a la mano, porque el paciente quiere pasar de una vez al quirófano.
Nadie responsable lo haría.
En política tampoco se debería
hacer. Y aquí hay una primera gran diferencia entre los vendedores de humo, los
comerciantes de elíxires universales, que siempre fracasan, y los que se ciñen
al método y exigen recursos y tiempo para diagnosticar a esa sociedad que
queremos seducir.
La verdad es que todos estamos
expuestos al peligro de los sesgos de confirmación. ¿En que consisten? Todos
tendemos a buscar y recordar información que confirma nuestras creencias preexistentes,
ignorando o desestimando la evidencia contraria. Esto nos puede llevar a conclusiones
erróneas basadas en datos incompletos o equivocados. Vamos a estar claros, son
tantos los intereses y las emociones que están en juego que es imposible
apreciar la realidad usando solamente nuestras experiencias.
El antídoto contra este tipo de
prácticas son las encuestas y las investigaciones cualitativas. Detrás de ellas
existe un cúmulo de información estratificada y segmentada que nos permite
aproximarnos con más certezas a la realidad. Que por otra parte no es obvia.
Nuestros cuestionarios son exhaustivos, nos interesa no solo lo meramente
descriptivo y demográfico sino la exploración del humor social y las emociones
que animan o bloquean la participación política y por ende la toma de
decisiones.
Son estas investigaciones de base
las que nos permiten luego intentar un diálogo fructífero con los electores,
que no son uniformes en su valoración de la realidad, sino que tienen intereses
diversos en relación con su edad y su pertenencia a regiones con problemas
diferentes. Solo las investigaciones metodológicamente bien formuladas nos
permiten tratar los datos por estratos de edad, genero, regiones e incluso
simpatía política. Para cada uno de ellos se deberá diseñar una estrategia
apropiada, pensando en la satisfacción de sus necesidades y tendiendo puentes
para llegar a saber qué es lo que los moviliza a votar por tal o cual opción.
La presentación de estas
investigaciones suele ser sorprendentes para los clientes. Ocurre que no
siempre reciben la retroalimentación que esperaban. Allí caen en cuenta que no
son tan populares, que las personas de la tercera edad no lo quieren tanto, que
los jóvenes no lo reconocen o identifican, y que pocos creen que tiene todas
las capacidades que se necesitan para ganar una elección. Con ese baño de
realidad, comienza el trabajo en serio.
No siempre se consiguen todas las
respuestas que se buscan en una encuesta. Hay precisiones que solo se logran a
través de los métodos etnográficos. Grupos foco, conversaciones con expertos,
observación participante y diálogos sociales organizados para determinar lo que
la gente siente, son parte de un set de herramientas de alta calibración que
permiten tener profundidad en la mirada de los hechos.
En lo personal yo siempre busco
tiempo para la conversación con la gente en la calle, con el fin de
complementar y darle sentido a la gran cantidad de información que se maneja y
la diversidad de la misma. En el fraseo de la gente, en la forma como describen
sus problemas y expectativas, en la importancia que le dan a ciertas y
determinadas situaciones y en el grado de entusiasmo que demuestran por el
candidato de su preferencia hay una cantera de datos que luego me resultan muy
valiosos para los diseños de comunicación política.
No hay atajos. Y esa es la posición más responsable que un estratega debe asumir. El tiempo y los recursos para la investigación son innegociables. Más allá del espectáculo indispensable de los eventos y la propaganda, hay que hacer bien la tarea: Todo será irrelevante e ineficaz si no conocemos a nuestros electores, cosa que es imposible sin encuestas, etnografía y diálogo social.