¿Cuál es la razón del voto?

Por Avidel Villarreal

Francia ha sido en los últimos días el escenario ideal para reflexionar sobre las razones del voto. Recordemos que el presidente Macrón llamó anticipadamente a elecciones de la Asamblea Nacional por los resultados europeos, en los que “la ultraderecha francesa” avanzó drásticamente. En la primera vuelta llegaron a ser determinantes, para desinflarse en la segunda, llegando de terceros, luego de la coalición de izquierdas y el partido del presidente. La reacción de Marine Le Pen fue precisa: Esta es una victoria en diferido. ¿Qué pudo haber ocurrido?

La política actual sufre los estragos de una falsa dicotomía que se plantea entre las izquierdas y las derechas. Cada uno es señalado por el otro como extremo sin precisar causas y razones y sin caer en cuenta de que esas elaboraciones racionales están más allá del alcance comprensivo del ciudadano promedio.

La gente normal vive la política a la luz de sus preocupaciones inmediatas, de sus expectativas de bienestar y en relación con la simpatía-antipatía que les provoquen los líderes. Es una mezcla emocional en la que la razón se circunscribe a la transacción entre el voto aportado y el potencial de bienestar que reciben a cambio.

Lo que realmente les interesa a los electores son las cuatro o cinco cosas que tiene que ver con ellos, con el momento que están viviendo, con sus necesidades perentorias.

A los jóvenes les concierne educación universitaria de calidad, acceso al primer empleo y seguridad en las calles. Las familias desean educación preescolar y primaria, servicios de salud apropiados, un vigoroso mercado laboral, buenos salarios y una economía estable, con pocos impuestos. Las personas mayores quieren pensiones y jubilaciones atractivas, salud y medicinas garantizadas y toda la integración que sea posible.

Para la gente es totalmente apropiado pensar pragmáticamente, jugar a su favor y asumir como consigna lo que propuso Deng Xiaoping en 1978: “No importa el color del gato, siempre y cuando cace ratones”. Quien lo dijo era para la época el líder supremo de la República Popular China y lo fue por más de una década.

No es que las ofertas sean creíbles automáticamente. Los líderes entran al mercado electoral ofreciendo confianza y certezas. Un gobierno que se haya caracterizado por malos resultados, corrupción y descuido de la gestión pública, tiene que hacer un esfuerzo monumental para lograr revalidar el mandato. Porque sus promesas tienen como contraste lo que han hecho, y a veces lo único que pueden mostrar es todo lo contrario a lo que la gente desea.

Un candidato de oposición puede ofrecer cambio y es mucho más fácil que se vincule con la mayoría de los electores a través de la esperanza. Puede plantear una crítica severa a la marcha del gobierno y prometer que va a recuperar la senda del bienestar.

En un nivel intermedio están las creencias y convicciones del momento. Por ejemplo, si la migración es un problema cercano a la cotidianidad del elector, las ofertas de combatir la migración ilegal serán consideradas con atención. Lo mismo puede decirse de temas como el matrimonio igualitario, el aborto o la eutanasia. Son temas que, si rozan la cotidianidad, producen muchas discusiones, polarizan y en ese sentido pueden convertirse en territorio minado.

La demagogia inmoderada es un arma de doble filo. Los candidatos deben ofrecer dentro de lo que la sociedad considera una propuesta razonable. Por ejemplo, un candidato que prometa un millón de empleos en una sociedad con una población activa de cuatro millones será visto como un exagerado, poco serio y nada creíble. Hay que saber calibrar la oferta. Algunos no lo logran y por eso pierden.

Otro campo de batalla muy aludido son los impuestos. Nadie quiere pagar impuestos exorbitantes, pero nadie va a creer a aquel que prometa su abolición. Lo mismo pasa con la lucha contra la delincuencia. La gente sabe intuitivamente que ella también es la puerta de abusos y tergiversación de la justicia. Pero como hemos visto en el caso de las pandillas centroamericanas, aquel que las acabe se asegura una reelección con respaldo masivo, sin pensar en los peligros a las libertades que ello conlleva.

Entonces ¿Cuál es la razón del voto?

La gente se afilia emocionalmente a la oferta política que le parezca más creíble y que sienta que tiene como objetivo resolver sus problemas inmediatos y realizar sus sueños. Nada trascendental, se trata de empleo, ingresos, comida barata, servicios públicos accesibles, movilidad social, seguridad y justicia al momento de tener que resolver conflictos. Pero ¿existe el voto castigo? Si, es lo más emocional posible. ¿Y el voto ideologizado? Probablemente asociado al carisma, y puede llevar a los pueblos al abismo.  Lo funcional es la competencia democrática en la oferta de bienestar, sin excesos ideológicos ni infatuaciones carismáticas.

Por lo tanto, el voto puede ser de izquierda, de derecha, de premios y castigos, de cambio o de continuidad. Pero a la hora de la vedad el voto será para quien presente alternativas creíbles a las necesidades y aspiraciones de la gente. 

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