Por Avidel Villarreal G
Esta semana quiero proponerles un concepto sencillo de poder: Es la capacidad de influir sobre alguna persona o grupo con el fin de que acepten nuestras ideas o planes. Es diferente a la simpatía y también algo distinto a la posesión de propiedades o recursos económicos. Por eso lo primero que deberíamos hacer es diferenciar el poder de sus fuentes potenciales. Y lo segundo, tratar de identificar las formas principales de manifestarlo.
Con el poder la capacidad personal se pone en juego en el marco de organizaciones. En el caso de las elecciones tendrá más poder aquel que, más allá de sus atributos personales, cuente con una infraestructura política de respaldo.
Las organizaciones políticas no son conjuntos cohesionados. En su interior compiten grupos con intereses distintos que persiguen sus propios objetivos. Cuando surgen los conflictos internos se deben atender con una mirada puesta en el propósito común: Todos quieren ganar. En ese esfuerzo de compactar y alinear fuerzas potencialmente divergentes el líder debe invertir una parte de su capacidad de influencia para negociar constantemente con las diferentes coaliciones internas.
¿Qué es una coalición? Es la unión de hecho que practican las personas con intereses similares para influir sobre la orientación de la campaña y así alcanzar los objetivos que este grupo considera prioritarios. Las justificaciones de estas coaliciones son siempre sorprendentes y muy diversas. Las habrá interesadas en un tema, un determinado territorio o la aspiración a ocupar ciertos puestos. En cualesquiera de ellas se pone a prueba esa capacidad de repercutir en las decisiones finales del equipo y en el grado de tolerancia del líder.
Esas tensiones entre las coaliciones están siempre presentes y se deben atender con prudencia y premura. Quienes lideran esos equipos a veces no están preparados para esas eventualidades por lo que favorecen el estallido de crisis que afectan el poder y capacidad de obtener el triunfo. El estratega aporta esa mirada más objetiva que mejora la alineación de los equipos y la disciplina de sus integrantes.
Algunos pueden pensar que la fuerza siempre se impone. Esa es la última carta. Lo que la mayor parte de las veces ocurre es que el poder asumido como recurso limitado, a veces renovable y otras veces no tanto, obliga a la negociación, la prudencia, la paciencia y el demostrar que se está dispuesto a ceder para evitar males mayores. El poder usado con inteligencia se enfoca en lograr los montos más altos de cooperación posible y evita girar a favor del desgaste de decisiones autoritarias, que son mucho más traumáticas.
Una porción importante del poder de los políticos se lo deben al cargo. Los expertos lo llaman el poder del puesto, esa legitimidad psicológica que reafirma el reconocimiento a la validez de la responsabilidad encomendada. Por ejemplo, un candidato, mientras lo es, tiene la potestad de organizar, decidir, definir y plantear una campaña. No siempre solo, pero sin duda sus opiniones y decisiones tienen peso. Buena parte de ese poder concluye el día de las elecciones. Si gana, tendrá otra legitimidad, y si pierde, ya sabemos que se va extinguiendo hasta llegar a nivelarse con el promedio.
Cualquiera que sea el caso, el mandato no suele ser suficiente. Hay que trabajar las bases individuales de poder, que provienen de tres canteras muy importantes: Conocimientos, Personalidad y Respaldo.
El conocimiento engloba el conjunto de las habilidades y procedimientos que se pueden aplicar para liderar una campaña política. En esta dimensión hay tres fuentes de poder. La pericia, que se refiere a la posesión del conjunto de saberes específicos adquiridos a lo largo de la carrera, de manera formal o producto de la experiencia.
La segunda es la disposición de información que permite usarla estratégicamente, compartiéndola, reteniéndola, distorsionándola o redirigiendo su flujo hacia receptores selectos.
La tercera es la tradición, ese tipo de conocimiento específico, diferente a la pericia, acerca de la historia y mitos, que permite decidir lo que es culturalmente aceptable de lo que no lo es. La costumbre es un gran estabilizador, pero también un gran peligro al ser el principal obstáculo a la innovación. Manejarla con tino puede aportar poder.
La segunda cantera es la personalidad. Aquí nos referimos al carisma, la reputación y la credibilidad. Ya sabemos que el carisma es la habilidad de inspirar devoción y entusiasmo. Hablamos de personalidades magnéticas de alta conectividad emocional. Este tipo de personalidades no se pueden construir. Vienen con el candidato, que la tienen o definitivamente carecen de ella.
La reputación es la opinión favorable de la integridad, capacidad y trabajo que tienen los demás sobre el candidato. Raramente la reputación se basa en un solo logro. Se afianza en la trayectoria y en los valores puestos a prueba en las decisiones que haya debido tomar.
La credibilidad profesional es la tercera de este grupo. Que el candidato haya hecho carrera con éxito aporta sustancialmente a esa personalidad con poder que se va a ofrecer como candidato.
Finalmente debemos referirnos al respaldo de los demás. Las malas compañías pueden ser el cadalso donde toda posibilidad termine siendo ejecutada. Más de un candidato no ha podido explicar una foto, la concurrencia a un brindis, o qué hacía el fin de semana en la casa de un innombrable.
Por eso hay que cuidar la agenda de relaciones del candidato. No es que se vaya a recluir en un convento, pero su necesidad de poder lo va a obligar a expandir el acceso político a instancias clave para poder tomar mejores decisiones y tener información de más calidad.
El segundo aspecto para cuidar es el respaldo del equipo cercano y del grupo de colaboradores. A veces la agenda del candidato descuida e invisibiliza a los cuadros de profesionales y voluntarios que son esenciales en la maquinaria de la campaña. Los dan por vistos, y eso es un error de prepotencia e indiferencia que puede llegar a pagarse muy caro.
Como podemos apreciar eso que algunos llaman poder es el resultado de un esfuerzo multidimensional que ocupa años en consolidar y nivelar. Por eso los proyectos políticos no se improvisan y esa es la misma razón por la que los buenos estrategas políticos le prestan tanta atención a las capacidades con las que se encuentran, porque desde allí, desde las condiciones reales de una propuesta, se plantean las rutas más eficientes para ganar una elección.