En la consultoría política se acompaña a candidatos que ganan y que pierden. Como se sabe, todas las derrotas son huérfanas mientras que las victorias son redundantes de padres y madres. Pero todo es relativo. No solo que hay victorias pírricas, sino que hay derrotas que dejan en la mejor posición posible al candidato para la siguiente oportunidad. En ese sentido los grandes maestros de la política son los resultados, si se tiene el buen tino de reflexionarlas y sacar las conclusiones adecuadas.
Nadie quiere fracasar. A nadie le gusta pasar el mal trago de tener que postergar el logro de metas valiosas. Pensemos en la paciencia de Charles de Gaulle mientras intentaba liderar la Francia Libre o el estoicismo de Konrad Adenauer que vio llegar su oportunidad trece años después de haber sido alcalde de Colonia, habiendo sobrevivido a la tragedia de la guerra mundial y el exterminio perpetrado por el régimen nazi a los judíos europeos. Kennedy no logró la nominación a vicepresidente en 1956, pero cuatro años después logró ganar la presidencia de Estados Unidos. En América Latina abundan los ejemplos de los que pierden hasta que ganan, y muchos de ellos llegan, por esas razones, con la madurez suficiente para hacer bien su papel y dejar un legado positivo a los que vienen después.
No hay líder político perfecto. Todos tienen esa mixtura de luces y sombras que al final marcan su destino. Pero los mejores tratan de aprender de sus propios fracasos y de la trayectoria de los otros. Por eso tratan de estudiar la historia y se preocupan por tener las claves de la psicología social de sus países. Ese paseo por la trayectoria vital del liderismo y de las sociedades donde tienen impacto e influencia, además de lo experimentado en carne propia, permiten superar el miedo al fracaso, evitar la inflexibilidad y la rigidez y practicar la humildad del que sigue adelante a pesar de la adversidad de la fortuna.
Una mirada analítica del fracaso político nos muestra que su ocurrencia está intrínsecamente relacionada con la ineficacia subjetiva y objetiva. Me explico, se fracasa cuando se sufre de la creencia limitante de que es imposible ganar, pero también se pierde cuando no se hace la tarea como es debido.
En el caso de ciertas campañas políticas, los equipos que acompañan al candidato tienen mucho que ver con los resultados. Algunos equipos de campaña se consumen en el análisis paralizante que se solaza en clasificar, juzgar y censurar, obstaculizando la acción. Otros logran construir sus propias derrotas cuando se enfrascan en jugarretas y emboscadas de poder que arruinan cualquier posibilidad para tener la conveniente unidad de propósito. Los más lúcidos se enfocan en identificar los problemas, resolverlos y ayudar a los equipos a mantener el foco.
Hay candidatos que no tienen el mínimo respeto por los tiempos. Padecen de la duda obsesiva y son semejantes a un carro que intenta avanzar, pero con el freno de mano puesto y la dirección desalineada. Olvidan que las decisiones tienen su tiempo y su oportunidad. Que cada una de ellas tiene su momento apropiado. Entre otras cosas porque compiten esfuerzos y estrategias, y tanto el tiempo como la paciencia para ver los resultados son variables cruciales.
Hay personalidades más robustas que otras a la hora de afrontar las dificultades. Las mejores tienen suficiente coraje para afrontar los retos, pero también cuentan con el suficiente sentido de realidad para aceptar que algunos desafíos son insuperables, independientemente del esfuerzo que se comprometa en el intento de lograrlo.
En estos casos la calidad del consultor político se mide por su honestidad. A veces hay que presentar la realidad tal y como es. Algunas veces ni el tiempo ni los recursos ni el candidato son suficientes para obtener el triunfo. En ese momento hay que discernir si de todos modos vale la pena intentarlo, porque tener la experiencia de la derrota es, a veces, la única posibilidad de tener éxito en la siguiente oportunidad. No siempre este tipo de análisis es bien recibido. Pero el consultor debe estar claro de la inutilidad de pastorear nubes.
Aunque desde las sabias y pertinentes reflexiones de Maquiavelo sabemos que no hay resultado que no se deba en gran medida a la mezcla apropiada de virtud y de fortuna, lo cierto es que las personalidades esforzadas tienen un mayor margen para ganar. Porque asumen la decisión íntima de ser voluntariosos y valientes a la hora de presentar su opción política. Al respecto no hay heroísmo fulminante sino mucha cotidianidad llevada a cabo con paciencia y determinación. Es tener el empuje y la fuerza para cumplir con la agenda, ser disciplinados y prudentes. Aún así no es fácil porque intervienen el cansancio físico, el agotamiento mental y los desafíos no siempre muy limpios de sus competidores.
Por otra parte, la suerte es lo que esperamos que ocurra sin hacer nada para lograrlo. Es lo que algunos llaman energía sin acción que invoca resultados sin que medien actuaciones concretas. Depender de la suerte es una pésima actitud. Lo que Maquiavelo entendía como fortuna era una fuerza caprichosa e impredecible que, llegado el momento crucial, podía influir en el éxito o fracaso de un líder. Para el florentino no tenía nada de mágico. Consistía en aprovechar el momento. Se refería al estar preparados para hacer lo debido en el momento apropiado, porque se está en la capacidad y disposición de aprovechar la ventaja. O mejor todavía, si además somos capaces de crear ese momento, apostando a que el cálculo sea venturoso.
A todos les gusta ganar. Pero las victorias crean sus propias leyendas. Casi nunca hay ocasión para revisar sus causas. En el caso contrario, siempre existe la curiosidad al menos de saber por qué salió mal. En mi experiencia he visto de todo. Victorias que se convierten en fracasos radicales y derrotas que son una plataforma de lanzamiento para ir más alto de lo que inicialmente se proponía. Todo depende de cómo se asuman.
Por eso me encanta una de las canciones de Rubén Blades. Se titula “Parao” y una de sus estrofas bien vale la pena para cerrar estas reflexiones:
Las desgracias hacen fuerte al sentimiento
Si asimila cada golpe que ha aguantao.
La memoria se convierte en un sustento,
Celebrando cada rio que se ha cruzao.
Me pregunto, cómo puede creerse vivo,
El que existe pa´ culpar a los demás?
Que se calle y que se salga del camino,
Y que deje al resto del mundo caminar!